Pablo Iglesias Turrión: "El reino de Podemos está cerca"
Escrito por
Rafael Narbona
Pablo Iglesias adquirió fama exorcizando demonios y sembrando
ilusiones en los pobres, los humildes y los marginados. Subió a una
pradera del Parque del Oeste y abrió los labios para instruir a las
masas: “Bienaventurados los euroescépticos porque saldremos del euro.
Bienaventurados los desahuciados
Azotado por las plagas del paro, la
pobreza y los desahucios, el pueblo español alzaba la vista al cielo y
gemía, preguntándose por qué Dios le había abandonado. Soñaba con un
Mesías que le llevara a la tierra prometida, pero el cielo no atendía a
sus plegarias y los esbirros del Borbón no se cansaban de maltratarlo y
humillarlo, recordándole que la tierra es un valle de lágrimas. Pese a
todo, no olvidaba la promesa divina de un Mesías que convertiría los
yermos en vergeles, con ríos de miel, perfumes embriagadores, suaves
colinas y frutas de inconcebible dulzura. Abatido y desesperanzado, el
pueblo español no sospechaba que ese Mesías meditaba en un departamento
universitario, sin caer en las tentaciones del IBEX-35, que le ofrecía
las riquezas del mundo a cambio de una simple genuflexión. El joven
Mesías no flaqueaba ni un instante, pues sabía que era la primavera de
un nuevo amanecer. Después de 40 días de retiro, abandonó el campus y
empezó a caminar al paso alegre de la paz. Mientras bordeaba el Arco del
Triunfo de la Moncloa, se cruzó con Íñigo Errejón y Juan Carlos
Monedero, elaborando estrategias para escalar la cima del poder.
“Seguidme –les dijo- y os haré pescadores de votos”.
Pablo Iglesias adquirió fama exorcizando
demonios y sembrando ilusiones en los pobres, los humildes y los
marginados. Subió a una pradera del Parque del Oeste y abrió los labios
para instruir a las masas: “Bienaventurados los euroescépticos porque
saldremos del euro. Bienaventurados los desahuciados porque
expropiaremos a los bancos. Bienaventurados los parados porque heredarán
la tierra. Bienaventurados los republicanos porque la Monarquía tiene
los días contados. Bienaventurados los pacifistas porque abandonaremos
la OTAN. Bienaventuradas las deudas porque son ilegítimas y no serán
satisfechas. Bienaventurados los pueblos porque podrán ejercer su
derecho de autodeterminación. Bienaventurados los vecinos de Gamonal
porque son vanguardia de una utopía posible. Bienaventurada la
Revolución Bolivariana porque el socialismo es la ideología del futuro.
Bienaventurados seréis cuando, por causa mía, os insulten y persigan y
digan toda clase de calumnias contra vosotros. Alegraos y regocijaros
porque sois la sal de la tierra”. Pablo Iglesias bajó de la pradera de
césped y la multitud le siguió, arrojándole flores y guirnaldas. Al
atravesar Princesa y la Plaza de España, los parados se acercaban y se
postraban ante él, extendiendo las manos para tocar sus pantalones
vaqueros adquiridos en Alcampo: “Joven Maestro, si quieres
puedo encontrar trabajo”. Pablo Iglesias contestaba con humildad y
ternura: “Sí, puedes”. “¿Qué tengo que hacer?”, le preguntaban los
parados de larga duración, con el rostro bañado en lágrimas. “Tened fe.
Con fe, todo es posible. Podemos acabar con la casta. Podemos crear un
mundo nuevo. En verdad os digo que los incrédulos, serán arrojados a la
oscuridad. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Juan Carlos
Monedero e Íñigo Errejón caminaban detrás de Pablo Iglesias, intentando
que no molestaran al Maestro, pero la multitud no dejaba de crecer. Las
mujeres lloraban de alegría, los niños gritaban alborozados y los
jóvenes besaban el suelo, pensando que ya no tendrían que emigrar a
Alemania. El asfalto temblaba bajo el sol del incipiente verano y
parecía el azul oscuro, metálico, de un mar en calma. Al ver cómo
avanzaba por el centro de la Gran Vía, los que le seguían exclamaron
asombrados: “Es el Mesías. Camina sobre las aguas”. Un policía municipal
se aproximó y exclamó: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya será suficiente para que mi anciana madre pueda
ser operada de cataratas. Lleva en lista de espera desde hace más de dos
años”. Conmovido, Pablo Iglesias se detuvo y se dirigió a sus
seguideros: “En el Reino de España, nadie encontré con tanta fe. Puedes
marcharte, agente, pues tu madre recibirá muy pronto una carta. El Reino
de Podemos está cerca”.
Nadie esperaba la súbita aparición de
Esperanza Aguirre, la Reina de la Malicia Absoluta: “Pablo –irrumpió la
audaz lideresa-, me van a meter un puro que te cagas por aparcar en la
Gran Vía. ¿Debo pagar la multa?”. El joven Mesías advirtió de inmediato
que le tendían una trampa y respondió con la sabiduría de un anciano
profeta: “Paga a Hacienda lo que es de Hacienda y a Dios lo que es de
Dios”. “¿Qué coño tiene que ver Dios en esto? –protestó Aguirre,
estirándose sobre sus tacones de diez centímetros-. ¡Yo solo soy una
pobre sexagenaria y me han tratado como a una terrorista! Además, la
multa es del Ayuntamiento, no de Hacienda”. “Pues reclama a tu amiga Ana
Botella –intervino Juan Carlos Monedero-. No molestes al Maestro y que
te vaya bonito”. Mientras se alejaban, Esperanza Aguirre chillaba como
una poseída: “¡Sois unos asquerosos perro-flautas! Ya os ajustará las
cuentas Cristina Cifuentes”. Pablo Iglesias continuó su marcha, sin
inmutarse. Los niños saltaban a su alrededor, ebrios de felicidad.
“¡Dejad de fastidiar!”, exclamó Monedero visiblemente cabreado. El
Mesías se detuvo e invitó a acercarse a los niños: “Os aseguro que, si
no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de
Podemos”. Íñigo Errejón se acercó discretamente y susurró: “Pablo, que
son críos y no pueden votar hasta los 18 años”. El Mesías arrugó
ligeramente la nariz, se rascó la cabeza y reemprendió el camino,
desviándose hacia el Paseo de Recoletos. Nadie sabía hacia donde se
dirigía, pero él avanzaba con la serenidad de Moisés apartando las aguas
del Mar Rojo. Su paseo terminó en las puertas del Hotel Ritz. Algunos
no pudieron contener su sorpresa y murmuraron: “¡Qué hacemos aquí! Esto
está lleno de cochinos capitalistas. Es una de las cuevas de la
castuza”. Las críticas no pasaron desapercibidas al joven Mesías: “En el
Reino de Podemos, no sobra nadie”, exclamó, alzando levemente la voz.
Después desapareció por el vestíbulo, esquivó las mesas de desayuno
habilitadas en tres salas y subió a una pequeña tribuna con un
micrófono. Invitado por Asisa, BT y Red Eléctrica de España, inició su
sermón con una frase conmovedora: “Estoy aquí porque sé que los ricos
también lloran. No os preocupéis. No he venido a expropiar abrigos y
visones. Yo no muerdo el cuello a los niños para chuparles la sangre.
Bienaventurados los europeístas porque construiremos la Europa de los
Pueblos. Bienaventurados los desahuciados porque hablaremos con los
bancos para restablecer el crédito a las familias y a las pequeñas y
medianas empresas. Bienaventurados los parados porque estimularemos la
creación de empleo. Bienaventurados los republicanos porque se abrirá un
debate sobre la forma del Estado. Bienaventurados los pacifistas porque
exigiremos a la OTAN que reflexione sobre su papel en el tablero
internacional. Bienaventuradas las deudas porque serán reestructuradas.
Bienaventurados los pueblos porque se enamorarán de la España de Buñuel y
García Lorca. Bienaventurados los vecinos de Gamonal porque ya no
tendrán que alterar el orden público, quemando contenedores.
Bienaventurada Venezuela porque muy pronto reinará la paz y la
democracia. Bienaventurados seréis cuando, por causa mía, os insulten y
persigan y digan toda clase de calumnias contra vosotros. Alegraos y
regocijaros porque sois la sal de la tierra”.
-Lo que dice suena de otra manera –musitó uno de los jóvenes que había escuchado a Pablo Iglesias en el Parque del Oeste, logrando deslizarse en el Hotel Ritz, a pesar de su rastas de perro-flauta.
-Es que ha hecho un largo camino –contestó un hombre de mediana edad, con un impecable traje azul marino y una exclusiva corbata a rayas.
Pablo Iglesias finalizó su discurso con unas frases para la Historia:
-Espero que algún día se me dará todo el poder del cielo y la tierra. El Reino de Podemos está cerca. Podéis anunciarlo a todas las naciones del planeta.
Íñigo Errejón se rascó el trasero, asintiendo con la cabeza:
-Esto marcha.
-Ya te digo –corroboró Monedero.
Esa noche se vieron en Madrid dos gaviotas posándose sobre una rosa. Otros aseguraron haber visto el rostro de Pablo Iglesias flotando en el cielo. Yo solo soy un simple testigo. No puedo decir mucho más. Que el Espíritu de la Democracia sea con todos vosotros.
-Lo que dice suena de otra manera –musitó uno de los jóvenes que había escuchado a Pablo Iglesias en el Parque del Oeste, logrando deslizarse en el Hotel Ritz, a pesar de su rastas de perro-flauta.
-Es que ha hecho un largo camino –contestó un hombre de mediana edad, con un impecable traje azul marino y una exclusiva corbata a rayas.
Pablo Iglesias finalizó su discurso con unas frases para la Historia:
-Espero que algún día se me dará todo el poder del cielo y la tierra. El Reino de Podemos está cerca. Podéis anunciarlo a todas las naciones del planeta.
Íñigo Errejón se rascó el trasero, asintiendo con la cabeza:
-Esto marcha.
-Ya te digo –corroboró Monedero.
Esa noche se vieron en Madrid dos gaviotas posándose sobre una rosa. Otros aseguraron haber visto el rostro de Pablo Iglesias flotando en el cielo. Yo solo soy un simple testigo. No puedo decir mucho más. Que el Espíritu de la Democracia sea con todos vosotros.
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