martes, 28 de julio de 2015

¿Tiene algo que ver el cambio climático con el surgimiento del Estado Islámico?. Juan Cole.


Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
El aspirante presidencial demócrata Martin O’Malley desató la polémica esta semana al decir que fue el impacto del cambio climático en Siria el que facilitó las condiciones para la aparición del Estado Islámico para Iraq y el Levante –EIIL- (Estado Islámico para Iraq y Siria –EIIS-, Daesh o Estado Islámico –EI-), provocando que los agricultores abandonaran sus tierras y se trasladaran a los barrios marginales de alrededor de las ciudades, teniendo que soportar situaciones de extrema pobreza. La afirmación de O’Malley fue ridiculizada de inmediato por el canal Fox News y por el candidato presidencial republicano Rick Santorum, quien aseguró que tal afirmación estaba “desconectada de la realidad”. ¿Quién tiene razón en este debate?
No debería sorprendernos que la afirmación de O’Malley sea en efecto correcta, sobre todo porque fue muy cuidadoso al elegir sus palabras. Dijo: “Una de las cosas que precedieron al fracaso del Estado-nación de Siria y a la aparición del EIIL fueron los efectos del cambio climático y la inmensa sequía que afectó a esa región”, que “devastó la vida de los campesinos, expulsándolos hacia las ciudades y creando una crisis humanitaria… Engendró los síntomas, es decir, las condiciones de extrema pobreza que llevaron a la aparición del EIIL y a esa excesiva violencia”. O’Malley no atribuyó sólo al cambio climático y a la sequía el extremismo radical que campa por sus fueros en el norte de Siria, subrayando que eran sólo una de las causas del debilitamiento del Estado sirio y del empobrecimiento de la población, que llegó a sentirse tan desesperada que incluso se volvió hacia Abu Bakr al-Baghdadi y sus odiosos decapitadores en búsqueda de salvación.
El profesor Hannu Juusola, de Helsinki, ha mostrado en un artículo muy documentado que en el noroeste del país –la sede del poder del EIIL en Siria-, entre 2006 y 2010, murió el 70% del ganado debido a la gravedad de la sequía. La producción de trigo descendió un 18% en un solo año, y tres millones de personas en esa zona estaban sufriendo ya inseguridad alimentaria hace cinco años. Siria cuenta con pocos acuíferos subterráneos y esos pocos están agotados o contaminados. Siria es parte de una inmensa zona árida del Oriente Medio y, por supuesto, ha estado sometida a sequías cíclicas a lo largo de la historia. Pero la sequía se vio agravada por la subida de las temperaturas; sabemos que el mundo es ahora un grado Farenheit más cálido que en 1850 porque desde entonces hemos estado arrojando cada año a la atmósfera miles de millones de toneladas de potentes gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono y el metano. De ahí que esta sequía sea peor que las anteriores. (Otros científicos han confirmado los hallazgos del profesor Juusola.)
Todo esto no sería tan importante si Siria fuera una sociedad mayoritariamente urbana, pero el 45% de sus habitantes –unos 9 millones de personas- pertenecían al mundo rural antes de que se desatara la tormenta en 2011. Sociedades en gran parte urbanas, como los Emiratos Árabes Unidos (un rico Estado petrolífero que tiene plantas de desalinización para potabilizar el agua del mar), no se han visto tan terriblemente afectadas por la grave sequía, ya que la mayoría de sus habitantes sólo necesitan agua potable para beber. Pero el 90% del agua siria se utiliza para regadío y un déficit de lluvia es un desastre social. Es posible que también hayan tenido mucho que ver las presiones ejercidas en la década de 1990 y años posteriores, para que Siria se uniera a la marcha por el neoliberalismo, cuando el régimen sirio privatizó muchas actividades económicas y sus funcionarios demostraron estar más interesados en llenarse los bolsillos que en utilizar los recursos estatales para atajar la crisis de recursos hídricos.
Como O’Malley observó correctamente, los agricultores que carecen de agua abandonan sus granjas y se van a la ciudad en búsqueda de trabajo como obreros de la construcción. Ciudades sunníes del centro de Siria, como Hama y Homs, se vieron rodeadas de barrios de chabolas levantadas por esos refugiados económicos de las zonas rurales, y fue en esas zonas donde principalmente tuvieron lugar las protestas sociales en 2011. Del mismo modo, algunas protestas iniciales en la ciudad sureña de Daraa en 2011 fueron manifestaciones de campesinos y distribuidores de alimentos por la escasez de agua en el campo. Cuando el ejército sirio disparó contra los manifestantes, cogieron las armas y fueron gradualmente radicalizando su lucha contra un Estado sirio laico, socialista y de dominio chií. Por claridad ideológica, resultaba ventajoso para los nuevos rebeldes ser todo lo que el Estado no era, i.e. fundamentalistas, sunníes, salafíes de línea dura. De ahí el atractivo del EIIL y de Yabhat al-Nusra, vinculado con al-Qaida. Recurrir al EIIL no era algo inevitable y había otras posibles respuestas a la sequía (los kurdos del norte, que también padecieron escasez de agua, han roto con el régimen pero en cambio se han sentido atraídos hacia una especie de socialismo anárquico, posmarxista y feminista). No obstante, parece indiscutible que eso exacerbó las tensiones sociales entre el régimen y las poblaciones árabes sunníes rurales del centro y del este áridos del país.
La afirmación de O’Malley provocó alaridos de indignación en la derecha estadounidense porque desafiaba dos fantasías profundamente arraigadas. La primera es que la tierra no está calentándose rápidamente como consecuencia del consumo humano de carbón, gas y petróleo. La segunda es que los musulmanes son intrínsecamente dados al fundamentalismo violento. Las pruebas científicas del calentamiento global son incontrovertibles. En cuanto a los musulmanes, han adoptado todo tipo de políticas en la era moderna. Los uzbecos fueron comunistas durante mucho tiempo, la inmensa mayoría de los tunecinos prefiere la democracia y la mayoría de los egipcios han sido alérgicos al fundamentalismo religioso, incluso los religiosos más conservadores en Egipto han rechazado la violencia. Además, la idea de que grupos heterodoxos como los libaneses y los drusos israelíes, los alevíes turcos o los alauíes sirios tienen algo que ver con el sunnismo radical resulta risible. Es innegable que en el mundo musulmán existe una tendencia violenta, pero no es algo intrínseco de los musulmanes, al igual que el separatismo violento, que produce la mayoría del terrorismo en Europa, no es algo intrínseco de los cristianos.
La mala noticia es que la observación de O’Malley sobre el EIIL y Siria es sólo el principio. El Oriente Medio está en la encrucijada del cambio climático más que cualquier otro lugar del mundo. El aumento del nivel del mar inundará las zonas bajas del Delta egipcio, donde vive la mayoría de la población egipcia y donde se cultiva la mayor parte de los alimentos autóctonos del país. También llevará al Nilo el agua salada del Mediterráneo, desertificando el suelo a su alrededor. En las próximas décadas podrían incluso producirse tormentas devastadoras que afectarían a ciudades como Alejandría y Damietta.
Yemen, como país, tendría sencillamente que mudarse de casa. El acuífero que se halla bajo la capital, Sanaa, se está agotando rápidamente y puede que la ciudad no disponga ya de agua en cinco años. La grave sequía y la escasez de agua en el resto del país han dañado a la agricultura y han contribuido a la mortandad de la ganadería en las afueras de ciudades como Taiz. Parte de la violencia y radicalización vista en Yemen, que ha llevado a la toma parcial del país por los rebeldes huthíes y al intenso bombardeo aéreo saudí de los últimos meses, tiene mucho que ver con las dislocaciones sociales a las que ha contribuido el cambio climático.
Además, una parte importante del conflicto árabe-israelí está impulsado por la lucha por el agua, que se exacerbará cuando el precioso fluido se agote.
El cambio climático en Oriente Medio es un problema de seguridad para los países de esa región y para Estados Unidos. La ceguera del Partido Republicano ante la cuestión y su insistencia en continuar arrojando a la atmósfera 5.000 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono están contribuyendo a una serie de desastres tanto para EEUU como para el resto del mundo. Deberíamos alabar a O’Malley por decir esto de forma tan clara, aunque suponga un triste comentario respecto a la política estadounidense que su afirmación de un hecho sea materia de felicitación o de que sea recibida con escarnio por los ignorantes.

Juan Cole es profesor titular de Historia en la cátedra Richard P. Mitchell y director del Centro de Estudios del Sur de Asia en la Universidad de Michigan. Su libro más reciente es “The New Arabs: How the Millennial Generation is Changing the Middle East”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario