Después del triunfo arrollador del NO, Tsipras capitula ante la troika
Miércoles, 15 Julio 2015
¡No hay salida para el pueblo griego bajo el capitalismo!
¡Socialismo o barbarie!
Los acontecimientos en Grecia
han sufrido un giro dramático. Después de que los trabajadores y la juventud
griega propinaran una fuerte derrota a la troika en el referéndum del pasado 5
de julio, la burguesía europea ha respondido con la máxima dureza posible.
Dejando claro que los pronunciamientos democráticos no valen nada cuando lo que
está en juego son los intereses de la clase dominante, el capital financiero y
los políticos a su servicio se han desquitado imponiendo al gobierno de Tsipras
unas condiciones humillantes para que Grecia siga dentro del euro.
El núcleo dirigente de Syriza ha
aceptado un nuevo rescate que empeora claramente las condiciones del acuerdo que
sometieron a votación. Tsipras y sus colaboradores han traicionado el mandato
del pueblo griego, han renunciando a dar la batalla contra la política de
ajustes y austeridad que ha llevado al país a una situación catastrófica, y se
han echado vergonzosamente en brazos de Nueva Democracia y el PASOK para sacar
adelante las draconianas condiciones impuestas por la troika.
La rapidez con la que Tsipras ha
dilapidado el enorme apoyo que cosechó en las elecciones del 25 de enero, y que
incrementó en el referéndum, ha conmocionado a millones de trabajadores en
Grecia y en el mundo. Pero sobre todo, la forma de conducirse en las horas
posteriores al magnífico triunfo del 5 de julio —que fue celebrado como una
victoria de todos los oprimidos— ha dejado al descubierto que la dirección de
Syriza carece de cualquier estrategia coherente para enfrentarse a la lógica
implacable del capitalismo. Todas las vacilaciones de las que Tsipras hizo gala
en los días previos a la votación y que se profundizaron con el cese del
ministro Varoufakis, todas las muestras de buena voluntad hacia la troika para
alcanzar un acuerdo mejor, no fueron más que el prolegómeno para una rendición
humillante una vez que la burguesía alemana, y el resto de sus secuaces
europeos, decidieron llevar las cosas hasta el límite.
Anteriormente señalamos que los
capitalistas tratarían de revertir el triunfo del NO con una sonora victoria en
la mesa de negociación. Tenían que demostrar que ninguna votación les haría
cambiar de curso, sino todo lo contrario; que harían pagar a las masas griegas
su osadía, aprovechándose precisamente de las debilidades y el oportunismo
político del núcleo dirigente de Syriza. A la hora de la verdad, los
capitalistas de Europa y de Grecia han actuado de manera decidida y sin ningún
tipo de consideración. No sólo no han dado su brazo a torcer después del 5 de
julio, sino que han exigido y logrado un acuerdo que va mucho más allá de las
brutales condiciones económicas que impone. Lo firmado es un auténtico diktat,
una humillación que recuerda a la pax romana o al Tratado de Versalles con el
que los vencedores de la Primera Guerra Mundial, especialmente Francia, trataron
de aplastar al pueblo alemán.
El desarrollo vertiginoso de
estos acontecimientos encierra grandes enseñanzas. La clase trabajadora, la
juventud, los oprimidos de Grecia y de Europa tenemos que entender lo sucedido.
Necesitamos que esta derrota política de la dirección de Syriza sirva para
reagrupar las fuerzas de todos los revolucionarios, tanto de dentro de Syriza
como del conjunto de la izquierda, del KKE y de los sindicatos, para levantar un
programa, una táctica y una estrategia revolucionaria que rompa con la barbarie
capitalista. Es necesario comprender que el discurso en el que se ha instalado
un sector de la izquierda, liderada por figuras mediáticas de la pequeña
burguesía ilustrada, que insisten una y otra vez en que con maniobras e ingenio
se puede engañar a la burguesía o convencerla de que afloje en su ofensiva, de
que podemos lograr un capitalismo más amable sin necesidad de luchar por
transformar la sociedad, es completamente pernicioso. La lección de Grecia
demuestra, una vez más, que para enfrentarse al enemigo de clase no valen ni el
oportunismo, ni las argucias semánticas, ni las apelaciones democráticas, sino
la acción contundente de las masas con medidas revolucionarias
audaces.
Reformismo de
izquierdas, cretinismo parlamentario y maniobras
La llegada al gobierno de Syriza
marcó un punto de inflexión en el proceso de la revolución griega. Por primera
vez en la historia contemporánea del país, una formación en teoría a la
izquierda de la socialdemocracia y con corrientes internas de tradición
comunista, se hacía con una mayoría parlamentaria casi absoluta. Un triunfo que
refleja el profundo avance de la conciencia de millones de trabajadores y
jóvenes dispuestos a llevar el combate hasta el final, y del giro a la izquierda
de amplios sectores de las capas medidas empobrecidas. Una victoria que es el
fruto de años de enconada lucha de clases en los que el movimiento obrero ha
protagonizado más de treinta huelgas generales y oleadas de ocupaciones de
fábricas. De movilizaciones de masas contra las políticas serviles con el gran
capital europeo y nacional puestas en marcha por los sucesivos gobiernos del
PASOK, de Nueva Democracia y de unidad nacional. Un periodo corto de la historia
de Grecia, que se ha convertido en una gran escuela para las masas oprimidas.
Esta sacudida, que hunde sus raíces en la profunda crisis del capitalismo
mundial, ha abierto los ojos al pueblo para entender quiénes son los verdaderos
responsables de la catástrofe en la que se ha sumido Grecia.
Una vez formado gobierno, el
núcleo dirigente de Syriza supuso que las cosas podrían cambiar con los socios
europeos, pero no tardó mucho en hacerse evidente que el cretinismo
parlamentario, que juega un gran papel adornando la fachada democrática del
capitalismo, es inservible para quebrar la resistencia de la clase dominante. A
la burguesía le es indiferente el color que tengan los gobiernos, mientras estos
garanticen su poder en la sociedad. Respetará las votaciones siempre y cuando
estas se adapten a sus intereses, y encontrará mil y un maneras de orillarlas si
desafían su dominio.
Desde enero, Tsipras ha tenido
ocasión de comprobar que sus deseos de realizar una ‘‘revolución democrática’’
respetando la lógica de la economía de mercado, el poder del capital financiero
y la propiedad privada de los medios de producción, conducen directamente a
traicionar todas las promesas que hizo y que fueron plasmadas en el famoso
Programa de Salónica. También habrá podido reflexionar sobre otro aspecto
relevante. Cuando los reformistas de izquierda tienen oportunidad de poner en
práctica sus ideas, recurren a las maniobras y argucias en lugar de adoptar una
política revolucionaria consecuente. Así, careciendo de la coherencia y decisión
de los enemigos a los que supuestamente combaten, acaban inevitablemente en el
mismo campo que la socialdemocracia de derechas. La historia demuestra que el
oportunismo siempre conduce al desastre en los momentos decisivos.
Es manifiesto que los marxistas
no rechazamos el valor de las maniobras, pero siempre las subordinamos a la
estrategia revolucionaria. Una maniobra, por muy ingeniosa que parezca, nunca
puede decidir sobre las grandes cuestiones. Y en la cuestión que nos atañe la
contradicción fundamental afecta directamente a los intereses esenciales de la
burguesía y de la clase obrera, tanto de Grecia como de Europa. No se puede
jugar con la historia y no se puede engañar a las clases. Y esto último es
cierto muy especialmente para las clases poseedoras, explotadoras, instruidas,
con una gran experiencia en los asuntos mundiales, con un instinto de clase muy
desarrollado y que han ejercido el monopolio del poder durante tanto
tiempo.
Lo que se somete a discusión no
es un asunto de menor importancia: se trata de la continuidad o no de la
política de austeridad de la burguesía europea. Aumentar los salarios y la
inversión pública, acabar con los recortes y las privatizaciones, defender las
pensiones, la sanidad y la enseñanza públicas, terminar con la precarización y
con la lacra del desempleo solo es posible tomando medidas radicales contra esa
minoría de plutócratas, de oligarcas, de banqueros y grandes monopolios que
controlan la economía con mano de hierro y, en consecuencia, a los gobiernos y
parlamentos. Se puede hablar todo lo que se quiera de revoluciones democráticas,
de gobiernos de los de abajo, de empoderamiento del pueblo, pero al final llega
el momento decisivo: o se aplica una política revolucionaria, basada en la
movilización de la clase obrera, en su organización y conciencia, o se va
directo hacia la capitulación más vergonzosa ante el enemigo de
clase.
Cuando las negociaciones con la
troika evidenciaron que era imposible conmover la voluntad de los capitalistas
europeos —firmes en su objetivo de derrotar políticamente a Syriza para
desmoralizar a la clase obrera europea—, Tsipras y sus colaboradores apelaron al
referéndum. En ese momento tanto la dirección de Syriza como muchos de sus
compañeros de viaje en Europa, que desprecian con desdén la teoría marxista,
entonaron una oda triunfal sobre la democracia. Los elogios sobre la valentía
del gobierno griego llegaron en cascada desde todos los ámbitos de la izquierda
reformista, pero en ningún momento se preguntaron si Tsipras y sus colaboradores
tenían un plan para responder a la troika el día después. Y estos mismos
sectores ahora guardan un silencio vergonzante ante lo que es una traición
descarada al pueblo de Grecia.
Tsipras y todos los que le han
acompañado en este hundimiento, desde los de verborrea izquierdista hasta los
arribistas y socialdemócratas que copan el aparato de Syriza, han utilizado el
respaldo masivo de los trabajadores y la juventud griega para aceptar, tal como
lo ha definido el exministro Varoufakis, un tratado de capitulación.
Las condiciones
impuestas por la troika
A las 8:55 de la mañana del
lunes 13 de julio se anunciaba el acuerdo, un texto que no respeta ninguna de
las líneas rojas señaladas por Tsipras y que supone, lisa y llanamente, el
dominio absoluto de la troika sobre el gobierno de Atenas. Las condiciones para
el ‘‘tercer rescate’’, que se prolongará durante tres años y que ascenderá a un
máximo de 86.000 millones de euros, son draconianas El gobierno de Syriza está
obligado a acometer un plan de recortes salvajes, mucho más duros que el
sometido a referéndum.
Para empezar, renuncia
completamente a parar las privatizaciones de empresas públicas tal y como
prometía el Programa de Salónica, y se ve obligado a crear un fondo de activos
públicos privatizables por valor de 50.000 millones de euros. La troika decidirá
el destino de este dinero, que obviamente servirá para engordar los beneficios
de los bancos alemanes, franceses y británicos, poseedores del principal de la
deuda griega. En este capítulo, Merkel y sus secuaces han llegado muy lejos,
exigiendo además la privatización de la red eléctrica estatal. Por otro lado, se
obliga al gobierno a llevar a cabo una profunda reforma del sistema de pensiones
ampliando la edad de jubilación a los 67 años y recortando la cuantía del dinero
que recibirán los pensionistas. También se incluye una durísima contrarreforma
laboral que limitará el poder sindical en la negociación colectiva, favorecerá a
la patronal en lo referido a despidos y recortará el derecho de huelga. Además,
se plantean incrementos sustanciales del IVA y la liberalización de los horarios
comerciales. Todas estas medidas afectarán muy negativamente a las condiciones
de vida de los trabajadores, de los desempleados, de los mayores, en un país
sumido en una recesión profunda donde la pobreza se ha extendido
exponencialmente.
Los días previos a la firma de
esta capitulación, se evidenció la pugna que existe entre los diferentes poderes
que compiten por la supremacía en el continente europeo. Mientras Alemania, con
Merkel y el ministro de Economía Schäuble, presentaba un documento en el que
prácticamente se daba por hecho la salida de Grecia del euro si no se aceptaban
sus condiciones, otras voces susurraban las consecuencias dramáticas que podría
tener un desenlace semejante. Era el caso del presidente Hollande, que actuaba
en esta ocasión como portavoz de los intereses del imperialismo americano. Obama
no ha escondido su preocupación por los efectos desestabilizadores que una
ruptura del euro y el impago desordenado de la deuda griega podría tener sobre
la economía mundial. Hay que subrayar que los acontecimientos de Grecia de las
últimas dos semanas han coincidido con el hundimiento dramático de las bolsas en
China, lo que a su vez refleja el estancamiento de la economía del país y su
posible caída en la recesión. Un panorama global lleno de incertidumbre y
problemas potencialmente explosivos que pueden arrastrar al mundo capitalista a
una situación todavía peor.
Tsipras y sus colaboradores, al
igual que una parte amplia de la izquierda reformista, han hecho de la soberanía
nacional una bandera. Todo su discurso ha orbitado en torno a esta cuestión,
colocado como eje de lo que ellos entienden por revolución democrática. Un
planteamiento que se ha hecho trizas en estos días. Es imposible, en las
condiciones actuales del mercado mundial, que ningún país pueda escapar del
dominio aplastante del imperialismo monopolista. La soberanía nacional,
entendida como el derecho de los pueblos a decidir su destino con igualdad y
justicia social, es incompatible con el régimen capitalista. Solo será posible
alcanzar la soberanía nacional rompiendo con la dictadura del capital financiero
y tomando medidas enérgicas para poner bajo control democrático del pueblo
trabajador la riqueza que este crea. Algo que solo es posible con el
socialismo.
En el acuerdo firmado por Syriza
se incluye el derecho de la troika a revisar y modificar la legislación pasada y
futura de los gobiernos griegos si esta impide la aplicación de los objetivos
marcados. La soberanía nacional de Grecia es liquidada sin mayor contemplación.
En este sentido, las palabras del exministro Varoufakis, en numerosas
declaraciones, entrevistas y entradas de su blog, calificando el acuerdo firmado
como un golpe de Estado contra la democracia griega y el fin de la unidad
europea son completamente ciertas. En realidad, la democracia en Grecia,
exactamente igual que en el resto de los países capitalistas, está secuestrada
por la oligarquía financiera que dicta las políticas que condicionarán la vida
de la mayoría de la población. Una oligarquía que no se somete a ningún
escrutinio democrático pero que gobierna la sociedad con puño de
hierro.
Las tareas de los
revolucionarios
Tsipras y sus seguidores han
decidido liquidar todo el crédito político que habían acumulado en estos años.
La exigencia de la troika para que el parlamento griego apruebe, en cuestión de
días, las contrarreformas que hagan efectivo el acuerdo de capitulación han
provocado efectos políticos muy importantes. En primer lugar, la dirección de
Syriza se ha echado en brazos de los partidos que llevaron a Grecia a esta
situación. Han acordado con Nueva Democracia, PASOK y To Potami, las formaciones
del SÍ, un bloque parlamentario para llevar adelante las medidas. En la
práctica, una reedición del gobierno de unidad nacional que la burguesía griega
tuvo que organizar en el pasado para imponer las medidas de austeridad y que fue
derrotado en las elecciones del pasado 25 de enero por Syriza.
En política si dices A, dices B,
C y así todas las letras del abecedario. La capitulación de Tsipras frente a la
troika es también una completa capitulación ante la burguesía griega, ante la
oligarquía que ha saqueado la riqueza del pueblo y del Estado y la ha puesto a
buen recaudo en los paraísos fiscales y las cámaras acorazadas de los grandes
bancos suizos. Es la liquidación política de Tsipras y la dirección mayoritaria
de Syriza como un factor progresista en la lucha contra la barbarie capitalista,
contra los recortes y la austeridad, convertidos ahora en un juguete roto, en
peleles en manos de la burguesía griega y europea.
La otra consecuencia que ha
tenido la rendición de Tsipras es profundizar la crisis abierta en Syriza, donde
una mayoría de la militancia de base, la que impulsó el triunfo en enero y la
arrolladora victoria en el referéndum del 5 de julio, está indignada por el
comportamiento mentiroso y capitulador de sus dirigentes. La oposición interna,
que crecerá en las próximas semanas, ya se ha hecho visible con la rebelión de
los ministros y diputados adscritos a la Plataforma de Izquierdas. Pero es
necesario que estos sectores no se limiten a simples gestos, por muy loables que
sean. Al igual que el ministro Varoufakis con sus declaraciones contundentes
contra el acuerdo, las palabras deben dejar paso a los hechos. No se trata de
quedar bien ante la historia. La obligación del ala de izquierdas de Syriza es
dar un combate a fondo, en todas las agrupaciones del partido, en todos los
comités, en todas las secciones sindicales, en todas las fábricas y centros de
estudios, para organizar la rebelión contra esta capitulación y para expulsar de
Syriza a una dirección que ha traicionado los principios que la dieron luz. Es
necesario llamar a un reagrupamiento de todos los revolucionarios, incluyendo al
KKE y resto de formaciones de la izquierda que lucha, para establecer un Frente
Único contra el acuerdo con un programa socialista que defienda la expropiación
de la banca, las grandes empresas y monopolios estratégicos (luz, agua,
telecomunicaciones, seguros…) para ponerlos bajo el control democrático de los
trabajadores; la confiscación de todos los recursos del capital internacional
depositados en Grecia, así como la confiscación sin indemnización del patrimonio
y activos financieros de todos los grandes capitalistas del país.
Las próximas semanas estarán
llenas de giros y decisiones que tendrán una gran repercusión en el futuro de la
revolución griega. Parece evidente que Tsipras hará dimitir a los parlamentarios
de la Plataforma de Izquierdas que voten contra el acuerdo. Incluso es probable
que la burguesía le exija, y Tsipras acepte, la expulsión de los dirigentes y
militantes de la Plataforma para controlar el partido de cara a las decisiones
que habrá que adoptar en los próximos meses. También se habla de un adelanto
electoral para octubre, una hipótesis que está encima de la mesa. Pero un sector
de la burguesía vería con buenos ojos implicar a fondo a Tsipras en un nuevo
gobierno de unidad nacional, para desprestigiarle lo máximo posible antes de
unas nuevas elecciones. Utilizar y destruir, esa es la hoja de ruta de la
burguesía respecto a Tsipras y Syriza.
Por supuesto, estos
acontecimientos representan un duro golpe para las masas de Grecia igual que
para los trabajadores de Europa. El fin último de este acuerdo humillante es
transmitir un mensaje inequívoco: no hay alternativa al capitalismo, a la
austeridad, a los recortes, al sufrimiento. Y es cierto que las políticas
socialdemócratas, y la versión actualizada de las mismas, son completamente
impotentes para enfrentar a una burguesía dispuesta a todo para defender sus
intereses. Sin embargo, la derrota de una dirección que ha dado la espalda al
pueblo, no significa la postración de la clase obrera y la juventud griega.
Quien confunda a Tsipras con los trabajadores que han luchado como tigres en
estos años, se llevará una gran sorpresa. La reacción del movimiento está por
llegar. Seguro que costará un tiempo, pero la habrá, como anuncia la
convocatoria de huelga general del sector público del 15 de julio.
El libro que el proletariado y
la juventud griega están escribiendo todavía no ha concluido, ni mucho menos.
Las enseñanzas de esta traición tienen que ser asimiladas y lo serán. Los
trabajadores y la juventud griega se levantarán, y contra todos los obstáculos y
adversidades, crearán una dirección revolucionaria a la altura de las
circunstancias históricas. Comprenderán que necesitan de cuadros, dirigentes y
una organización revolucionaria de acero, armada con el programa de la
revolución socialista. Entonces el grito de Rosa Luxemburgo, Socialismo o
barbarie, se hará realidad y venceremos.
Miércoles, 15 Julio 2015
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