Amanecía un 22 de abril en la
mágica cima del Roraima, cuando con dos dedos de frente, 18 niveles de altura y
54 bloques de agonía, se jugaba el presente y futuro de nuestro querido planeta.
Los tres participantes del inédito jenga fueron la Madre Tierra, el Dios Dinero
y Homo sapiens, quienes con bastante nerviosismo, ambición y sabiduría en
su mejilla, buscarían que la suerte resplandeciera a favor de uno y en contra de
los otros.
Tras lanzar los dados al cielo y armar con recelo la torre, el carismático
Homo sapiens jugaría en primer turno, el irreverente Dios Dinero en
segundo turno, y la guerrera Madre Tierra en el tercer turno del derby.
Empezando a destruir el equilibrio ecológico de la Naturaleza, Homo
sapiens robó un primer bloque de la parte inferior de la inmaculada torre,
con el objetivo de cultivar la semilla de los transgénicos en la parte superior
de la montaña, para enfermar a la población mundial con la venta de soja y maíz
genéticamente modificado, y así lograr que los consumidores se atrevieran a
comprar el cáncer, las alergias, los tumores, la infertilidad, las jaquecas, los
parásitos y el daño irreversible que sufre el hígado, los riñones y el
intestino.
Atraído por la visión capitalista de su acérrimo rival, el Dios Dinero
sustrajo un segundo bloque de la parte inferior de la codiciada torre, con el
propósito de financiar la construcción de un gigantesco laboratorio de alimentos
transgénicos, que se situaría en la parte superior de la montaña, el cual
generaría millones de dólares para las transnacionales, los supermercados y los
medios de comunicación privados que publicitan la ingesta de los venenos.
Con lágrimas en los ojos por tanta injusticia ambiental, la Madre Tierra
retiró un tercer bloque de la parte inferior de la grandiosa torre, con la
intención de reforestar las miles de hectáreas de bosque nativo, que fueron
quemadas y arrasadas por las transnacionales en la parte superior de la montaña,
y que cobraron la vida de la flora y fauna autóctona de los ecosistemas, que no
pudieron escapar de la artillería pesada del magno glifosato.
Un poco de frustración en la salvaje mandíbula, hizo que Homo sapiens
robara un cuarto bloque de la parte inferior de la furiosa torre, con el
propósito de contaminar todos los cuerpos de agua dulce y salada que estaban en
la parte superior de la montaña, para lograr que los océanos, ríos, quebradas,
lagos, playas y mares del Mundo, terminaran siendo sedimentados, erosionados y
ahogados en cada una de sus costas.
Enamorado de su propia ignorancia, el Dios Dinero sustrajo un quinto bloque
de la parte inferior de la arquitectónica torre, con el objetivo de incrementar
el producto interno bruto en la parte superior de la montaña, y así pagarle
muchísima plata a las transnacionales, para que facilitaran los derrames de
hidrocarburos en el golfo, la sobreexplotación pesquera de los barcos en alta
mar, la aglomeración de plástico flotando en las cuencas hidrográficas, la
acumulación de efluentes tóxicos por la actividad agrícola, y el exterminio de
los arrecifes coralinos.
Superando los obstáculos del camino, la Madre Tierra retiró un sexto bloque
de la parte inferior de la hermosa torre, con la intención de remediar la
tragedia marina perpetrada en la parte superior de la montaña. Ella se valió de
las moléculas curativas atesoradas por la memoria del agua, para recordarle la
pureza azulada que refleja en sus majestuosos territorios a escala global, y así
descontaminarla de tanta basura doméstica, residuos industriales y escombros
radiactivos, que vienen acidificando a sus legendarias sirenas.
La sed de venganza fue creciendo en Homo sapiens, por lo que robó un
séptimo bloque de la parte inferior de la colosal torre, con el fin de cazar y
sacrificar a los valientes animalitos que representaban la biodiversidad, los
cuales se hallaban dopados en la parte superior de la montaña, para poder
enjaularlos, humillarlos, disecarlos y venderlos en el sucio mercado negro, que
vive traficando a angelitos en medio de balas, escopetas y tiroteos.
Maravillado por tanta miseria espiritual, el Dios Dinero sustrajo un octavo
bloque de la parte inferior de la astuta torre, con el propósito de entretener a
la multitud que aplaudía en la parte superior de la montaña. Para lograrlo,
financió la mórbida construcción de monumentales plazas de toros, zoológicos,
tiendas de mascotas, hipódromos, parques acuáticos, mataderos, carpas de circos,
palenques y demás espacios públicos de maltrato animal, donde se disfrutaba a
carcajadas con la sangre derramada por las especies de fauna, que todavía
resienten el gemido inmortal del vil anonimato.
Sin quedarse con los brazos cruzados, la Madre Tierra retiró un noveno bloque
de la parte inferior de la endiablada torre, con la intención de proteger los
derechos de los animales en la parte superior de la montaña, por lo que alzó su
voz de liderazgo en defensa de los seres vivos, y denunció todos los casos de
crueldad animal ocurridos en el pueblo, obligando a que los delincuentes fueran
apedreados, mutilados y llevados a la horca, por cada gota de dolor que los
animalitos soportaron desde el maldito burladero.
Mostrando claras señales de cansancio, Homo sapiens robó un décimo
bloque de la parte central de la tambaleante torre, con el propósito de
polucionar el suave aroma de rosas que impregnaba a la parte superior de la
montaña, y así transformar la brisa del viento en una maléfica nube negra, que
explotaría en la noche llena de truenos, relámpagos y centellas en el
firmamento.
Asegurando el éxito de sus inversiones bancarias, el Dios Dinero sustrajo un
décimoprimer bloque de la parte central de la caótica torre, con el objetivo de
quemar infinidad de combustibles fósiles en la parte superior de la montaña,
permitiendo elevar la producción de bienes y servicios de consumo masivo, para
fomentar el consumismo, el materialismo y el suicidio de la ciudadanía, que se
acostumbró a vivir oliendo a petróleo, gas y carbón.
Soñando con un destino conservacionista, la Madre Tierra retiró un
decimosegundo bloque de la parte central de la calurosa torre, con la intención
de reducir las altas temperaturas que incendiaban a la parte superior de la
montaña. Ella aprovechó la capacidad autorregeneradora de nuestro planeta, para
evitar que los gases de efecto invernadero retenidos en la atmósfera,
continuaran modificando las variables climáticas del entorno, lo cual venía
acelerando el extremo calentamiento global, que casi reventaba las cuevas de los
osos polares.
Con ganas de cantar pronta victoria, Homo sapiens robó un decimotercer
bloque de la parte central de la hiperactiva torre, con el objetivo de extraer
el gas natural no convencional que se ocultaba en la parte superior de la
montaña, para que la gran presión ejercida en la titánica roca madre, rindiera
un caudal de frutos fosilizados en ganancia de las pujantes transnacionales.
Cayendo en la tentación de la billetera, el Dios Dinero sustrajo un
decimocuarto bloque de la parte central de la estresante torre, con el propósito
de perforar la parte superior de la montaña a través de la fractura hidráulica,
en aras de rentabilizar todos los megaproyectos gasíferos, que bañarían de oro
al esquisto proveniente de los cimientos de la geosfera, y así seguir
financiando las tareas de exploración, excavación y extracción de la riqueza
mercantilizada.
A sabiendas del gran riesgo sísmico, la Madre Tierra no dudó en retirar un
decimoquinto bloque de la parte central de la malograda torre, con la intención
de estabilizar las placas tectónicas en la parte superior de la montaña. Ella
conocía los efectos devastadores a corto y largo plazo, que ocasionaba el
fracking en los temblorosos suelos terrestres, por lo que utilizó la energía
universal del Cosmos para mejorar su grado de concentración, y enderezar el
rumbo holístico que transitaba la civilización planetaria.
Desesperado por la inteligencia de sus enemigos, Homo sapiens robó un
decimosexto bloque de la parte superior de la etérea torre, con el propósito de
robar la estrella laica que brillaba en la cúspide de la montaña, para dejar en
total oscuridad al resto de los confundidos adversarios, que no podrían mover
con sapiencia las últimas piezas del rompecabezas.
Gastando una verdadera fortuna, el Dios Dinero sustrajo un decimoséptimo
bloque de la parte superior de la cegada torre, con el objetivo de iluminar la
gran estrella laica ubicada en la cúspide de la montaña, y así encandilar el
iris de los atónitos competidores. Para lograr el triunfo, instaló millones de
bombillas incandescentes que saturaban de color amarillo el horizonte, y
pronosticaban un eterno apagón que sería insostenible e insustentable para los
lacayos del pueblo.
Haciendo gala de sus místicas virtudes, la Madre Tierra retiró un decimoctavo
bloque de la parte superior de la colapsada torre, con la intención de remediar
el abuso del consumo eléctrico en la cúspide de la montaña. Ella aprovechó el
alma limpia y el espíritu renovable de la energía solar, para que el astro rey
encendiera la gran estrella laica de la torre, sin necesidad de gastar una
millonada en su activación, y siendo ecológicamente responsable con el bienestar
del planeta.
Sin ya nada que perder, Homo sapiens robó un decimonoveno bloque de la
parte superior de la desdibujada torre, con el objetivo de robar todos los
recursos naturales de incalculable valor monetario, que adornaban la ancestral
cúspide de la gloriosa montaña. Quiso robar las hojas de los árboles, los
caballitos de mar, las olas del riachuelo, los granos de la arena, la lluvia de
la selva, los pétalos de la orquídea, el agua de los pobres, la nieve del
arrebato, la alegría de los niños, el credo de los abuelos y el nido del amor
primaveral.
Hechizado por el trágico hechizo, el Dios Dinero sustrajo un vigésimo bloque
de la parte superior de la desnuda torre, con el propósito de comprar todos los
extraordinarios recursos naturales, que Homo sapiens decidió venderle a
buen precio en la cúspide de la montaña.
Pero a cambio de comprarle el multimillonario placebo, el Dios Dinero le
exigió a su nuevo socio comercial, que ejecutara con rapidez el asesinato de la
Madre Tierra. Con la soga al cuello, Homo sapiens aceptó la cláusula del
mortífero negocio, y esperaría su próximo turno para realizar el criminal jaque
mate.
El maquiavélico plan de ataque del Dios Dinero, era apoderarse por completo
del tesoro verde de la Naturaleza, y convertirlo en un sinfín de centros
comerciales, carreteras pavimentadas, canales interoceánicos, edificios
corporativos, aeropuertos, complejos hoteleros, helipuertos, canchas de golf,
casinos, estadios deportivos, bases navales, manicomios y rascacielos, que
permitieran visualizar con lujo de detalles, cada uno de los huesos calcinados
de las tribus indígenas.
Defendiendo el sagrado legado de los pueblos originarios, la Madre Tierra
retiró un vigésimo primer bloque de la parte superior de la enferma torre, con
la intención de rescatar los valores fundamentales para la vida, que devolvieran
la calma a la cúspide de la montaña. Ella pensaba que el Dios Dinero y Homo
sapiens, pedían a gritos la inyección de valores como la solidaridad, la
empatía, la tolerancia, el compañerismo, la gratitud, el respeto, la honestidad,
el altruismo, la humildad, y la incansable búsqueda de la PAZ.
Llorando de rabia ante el inevitable fracaso, Homo sapiens intentó
robar el vigésimo segundo bloque de la parte superior de la traicionera torre,
con el objetivo de estrangular con sus propias manos a la bellísima Madre
Tierra, quien esperaba su llegada desde la cúspide de la indomable montaña.
Ambos se miraron fijamente a los ojos. Él arrastraba su clásica cobardía, y
ella rezaba con el corazón abierto. Frente a frente, Homo sapiens
empezaba a cumplir su promesa en contra de la Madre Tierra, al tiempo que sus
dos dedos llenos de sangre en la cornisa de la torre, iban sacando con fuerza la
última pieza de madera, que garantizaba el memorable ecocidio por contemplarse.
Sin oponerse a la barbarie humana, la Madre Tierra seguía resistiendo la
asfixiante presión que recibía por culpa de su peor verdugo, dentro de una épica
batalla ambientalista, orquestada a imagen y semejanza del todopoderoso pecado.
Tras conseguir la estocada final, y sin haberse cumplido los cinco segundos
reglamentarios, se oyó a Homo sapiens maldecir el nombre de la Madre
Tierra, en un escalofriante grito que estremecía los cielos benditos del
Roraima.
Con una violencia descomunal, Homo sapiens golpeó y derribó los 54
bloques de la ensangrentada torre, cayendo de rodillas en su propio abismo de
ultratumba. No hubo señales de arrepentimiento ni de remordimiento, en ese
desgastado rostro que confirmaba la amarga derrota.
La noble sonrisa de la Madre Tierra en la cúspide de la montaña, dejaba
entrever que la justicia tarda pero siempre llega. Nunca perdió la fe ni la
esperanza de alcanzar la victoria, con un arsenal de paciencia, ética y moral,
que le ayudó a enfrentar los problemas y a resolver la crisis. Jamás empleó la
corrupción, el chantaje ni el vandalismo, para que usted y yo aprendiéramos una
nueva lección de vida.
Pese a ser un mal perdedor, Homo sapiens renació en las cenizas de su
progenitora, quien lo hará caminar descalzo y sin miedo por el oasis pacifista
de la Tierra. Es hora de construir otra vez la inmaculada torre, evitando
cometer los mismos errores del pasado, y aceptando que el futuro de nuestro
planeta NO es un juego de libre albedrío.
Fuente original: Ekologia.com.ve
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